Tercera parte
Teorías políticas normativas contemporáneas
Las obras políticas que vamos a intentar describir aquí abarcan un largo e intenso período de tiempo, que va desde fines del siglo XVII hasta nuestros días. Siguiendo en parte a J.J. Chevalier, hemos dividido ese tiempo en cuatro subperíodos, por razones de claridad expositiva y aceptando las limitaciones del esquematismo que tienen siempre tales divisiones: -el asalto al absolutismo (1690-1789); - las consecuencias de la revolución francesa (1789-1848); - los socialismos y los nacionalismos (1849-1927) - las teorías actuales (1928 en adelante).
El asalto al absolutismo.
El primer momento (1690-1789) expresa la reacción antiabsolutista, ideológicamente relacionada con la consolidación de la burguesía capitalista como clase dominante, que ya no se muestra dispuesta a actuar como aliado secundario de la monarquía en la conformación de un Estado centralizado, sino que, cumplido ese objetivo, aspira a un rol más protagónico y a poner en vigencia un ideario y una institucionalización política más acordes con su dinámica social. Esa reacción es fundamentalmente la obra del pensamiento racionalista liberal. Los grandes temas subyacentes en estas obras son, en nuestra opinión: - la búsqueda de un equilibrio entre el Poder y la Libertad; - el encauzamiento de la participación política acrecentada Sin pretender suministrar un listado exhaustivo de obras de este período, creemos sin embargo que entre las principales deben ser mencionadas al menos las siguientes:
- Cesare Beccaria: DE LOS DELITOS Y DE LAS PENAS (1764);
- Jeremy Bentham: INTRODUCCIÓN A LOS PRINCIPIOS DE LA MORAL Y DE LA LEGISLACIÓN (1789);
- Jean-Jacques Burlamaqui: PRINCIPIOS DE DERECHO POLÍTICO (1751);
- David Hume: DEL CONTRATO ORIGINAL (1748) y DEL ORIGEN DEL GOBIERNO (1774);
- Simon-Nicolas-Henry Linguet: TEORÍA DE LAS LEYES CIVILES O PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DE LA SOCIEDAD (1767);
- John Locke: DOS TRATADOS DEL GOBIERNO CIVIL (1690);
- Jean-Louis Lolme: CONSTITUCIÓN DE LA INGLATERRA O ESTADO DEL GOBIERNO INGLES (1771);
- Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu: EL ESPÍRITU DE LAS LEYES (1748);
- Thomas Paine: LOS DERECHOS DEL HOMBRE (1791-1792);
- Jean-Jacques Rousseau: EL CONTRATO SOCIAL (1762);
- Emmanuel Joseph Sièyes: QUE ES EL TERCER ESTADO (1789).
De este conjunto de obras vamos a ver con más detalle la que a nuestro juicio puede ser considerada la más completa y representativa del período, y quizás la que más persistente influencia ha ejercido en el pensamiento político europeo y americano: se trata de “Dos Tratados sobre el Gobierno Civil” de John Locke.
John Locke nació en 1632. Estudió en Oxford, donde alcanzó el grado de “master” en 1658. Se conserva memoria de su desagrado por el árido método escolástico imperante en su tiempo, pues “le intersaban más los hechos reales que las abstracciones y las cuestiones sin utilidad.” En su carácter se destacaban dos notas: la simpatía por la libertad individual y un sosegado utilitarismo. Conoció el exilio y el retorno triunfante, tras la “Glorius Revolution.” Murió en 1704.
Su obra es una de las más vigorosas críticas a la monarquía absoluta, cuyo rechazo está fundado sobre la idea de la necesaria subordinación de la actividad de los gobernantes al consentimiento popular.
Locke es un de los teóricos clásicos del liberalismo político. Propone una articulación rigurosa de los temas liberales fundamentales: la igualdad natural de los hombres, la defensa del sistema representativo, la exigencia de una limitación de la soberanía estatal, limitación requerida por la defensa de los derechos subjetivos de los individuos. Buscó un remedio a la tiranía en la división de los poderes del Estado, anticipándose en esto a Montesquieu.
De sus “Dos Tratados…,” el primero es de carácter polémico y puede decirse que no conserva mayor interés ni actualidad para nosotros, hoy. Se trata de una refutación de los argumentos desarrollados en otra obra, el “Patriarcha” de R. Filmer, quien pretendía demostrar el derecho de los príncipes al gobierno absoluto, asimilando la soberanía política al dominio primitivo de Adán sobre el mundo entero, dominio que, recibido directamente de manos de Dios, habría sido trasmitido a los monarcas a través de la Historia…
El segundo tratado apunta, por el contrario, a establecer positivamente “el origen, los límites y los fines verdaderos del poder civil.” Esta obra es la que hoy generalmente se publica28 y se lee, pero en el pensamiento de Locke las dos obras forman un todo deductivamente entrelazado. En una síntesis muy apretada, la filosofía política de Locke es la siguiente: El gobierno debe ejercerse con el consentimiento de los gobernados. El gobierno es una creación del pueblo, mantenida por el pueblo para asegurar su propio bien. Según Locke, esta teoría se basa en la vigencia de dos conceptos muy vinculados: la Ley de la Naturaleza y el Contrato Social.
En el “estado de naturaleza” los hombres eran libres, pero como “libertad no es licencia,” no tenían derecho a hacer cualquier cosa sino a actuar en modo acorde con una “ley” de la Naturaleza: la RAZÓN, que indica que, si los hombres son libres e iguales, nadie puede dañar a otro, o convertirlo en instrumento de los propios fines. El estado de naturaleza no era un estado de guerra de todos contra todos -sostiene Locke, contrariando en esto a Hobbes- sino un estado que sería perfecto si los hombres se comportaran racionalmente, pero no sucede así. La guerra y la violencia son siempre posibles y plantean la necesidad de un gobierno, el cual se forma por el sometimiento voluntario de las libertades individuales a un poder superior, cuya tarea es protegerlas. Surge así el “contrato social,” que se establece entre el pueblo y su gobernante.
El contrato social contiene dos ideas íntimamente unidas: el contrato de gobierno y el contrato de sociedad. Locke (al igual que Rousseau y que Hobbes) parte de este último. Cuando ya se ha organizado la comunidad, ésta decide confiar a un gobierno la protección y defensa de sus libertades y derechos, pero conservando la posibilidad de retirarle su confianza si su accionar no le conviene. En el fondo, lo que Locke busca es fundamentar filosóficamente un régimen de Monarquía constitucional, con un Parlamento que encarne la representación popular y que respete y haga respetar las libertades públicas.
Las consecuencias de la Revolución Francesa
El segundo momento (1790-1848) es relacionado por J.J. Chevalier con las consecuencias de la Revolución Francesa porque, si bien el Absolutismo ha sido postrado y la Revolución se ha cumplido, no es un momento de plenitud sino de enfrentamiento con una realidad que en gran parte está aún por construir. Decía entonces Napoleón: “Se ha destruido todo; se trata de recrear. Hay un gobierno, poderes; pero, qué es todo el resto de la Nación? Granos de arena.”
Precisamente porque la Revolución ha triunfado es concebible la emergencia de una pasión contrarevolucionaria. Su principal vocero fue Edmund Burke, con sus “Reflexiones sobre la Revolución de Francia” (1790). Es justamente porque ha triunfado el jacobinismo, con sus augustas abstracciones (la Nación, el Pueblo) que los pueblos vencidos responden con la emergencia de un nacionalismo concreto, apasionado y fuerte. Este sentimiento es cabalmente expresado por los “Discursos a la Nación Alemana” (1807-1808) de Johann G. Fichte. La Revolución estaba animada de un espíritu igualitario pero terminó siendo burguesa, como un momento de ese largo proceso en el que la pasión igualitaria se enfrenta con la pasión de libertad en el corazón del hombre. Ese es justamente el tema que, con singular maestría, afronta el jóven Alexis de Tocqueville en su “Democracia en América” (1835-1840).
Aparte de las obras mencionadas, creemos que en una lista de obras importantes de este período hay que mencionar por lo menos las siguientes:
- Gracchus Babeuf: COMPENDIO DEL GRAN MANIFIESTO…PARA RESTABLECER LA IGUALDAD DE HECHO" (1793);
- Pierre-Simon Ballanche: ENSAYO SOBRE LAS INSTITUCIONES SOCIALES EN SU RELACIÓN CON LAS IDEAS NUEVAS (1818);
- Louis Blanc: ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO (1840);
- Louis de Bonald: LEGISLACIÓN POSITIVA CONSIDERADA EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS POR LAS SOLAS LUCES DE LA RAZON (1802);
- Francois-René Chateaubriand: LA MONARQUÍA SEGÚN LA CARTA (1816);
- Karl von Klausewitz: DE LA GUERRA (1816-1831);
- Auguste Comte: PLAN DE TRABAJOS HISTÓRICOS NECESARIOS PARA REORGANIZAR LA SOCIEDAD (1822);
- Benjamin Constant: LOS PRINCIPIOS POLÍTICOS APLICABLES A TODOS LOS GOBIERNOS (1806);
- Johann Fichte: LOS FUNDAMENTOS DEL DERECHO NATURAL (1796);
- Charles Fourier: TEORÍA DE LOS CUATRO MOVIMIENTOS Y DE LOS DESTINOS GENERALES (1808);
- Francois Guizot: DE LOS MEDIOS DEL GOBIERNO Y DE LA OPOSICIÓN (1821);
- Georg W.F. Hegel: PRINCIPIOS DE LA FILOSOFÍA DEL DERECHO (1821);
- Felicite de Lamennais: PALABRAS DE UN CREYENTE (1834);
- Pierre Leroux: DE LA HUMANIDAD (1840);
- Jules Michelet: EL PUEBLO (1846);
- Robert Owen: UNA NUEVA VISIÓN DE LA SOCIEDAD (1813-1814);
- August Rehberg: INVESTIGACIONES SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA (1793);
- Charles Renouvier: MANUAL REPUBLICANO DEL HOMBRE Y DEL CIUDADANO (1848);
- Claude-Henri Saint-Simon: EL ORGANIZADOR (1819);
- Max Stirner: EL ÚNICO Y SU PROPIEDAD (1845).
De este conjunto de obras vamos a repasar los principales contenidos de una obra que nos parece muy expresiva de los valores de esta época, signada por la herencia (positiva y negativa) de la Revolución Francesa y las condiciones históricas de la Modernidad. No tan conocida ni difundida como los trabajos de Comte o de Tocqueville, tiene a nuestro juicio un alto valor representativo del espíritu de su tiempo: se trata de “El Organizador” de Saint-Simon.
Claude-Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760-1825) nació en Paris, en el seno de una familia noble, de poderosa influencia en la Corte de Luis XVI, y presunto descendiente de Carlomagno. Recibió una educación sumaria y descuidada, y se inició pronto (1776) en la carrera de las armas. Combatió en América, como Lafayette, bajo las órdenes de Washington y retornó a Francia en 1783. En 1790 renunció a sus títulos nobiliarios, pese a lo cual a duras penas logró salvar su vida durante la Revolución Francesa. Después de encarar diversas empresas, desde 1800 en adelante se consagró al estudio de las ciencias, gastando en ello su patrimonio. A lo largo de muchos años publicó gran número de obras sobre temas muy diversos, que van desde la pedagogía hasta la historia, pasando por la industria, la economía y la política. Con el tiempo, y después de muchas viscicitudes personales y de los grupos que formó, algunos de sus seguidores crearon en torno a su figura y sus ideas una atmósfera francamente mesiánica. Murió en 1825.
Mensajero del futuro, exegeta revelador del sentido del pasado, Saint-Simon ha sido considerado fundador del que luego los marxistas llamarían “socialismo utópico.” Como un apóstol ateo de una religión nueva, de inspiración newtoniana, invención puramente humana dotada de una doble función de agregación y de mediación, Saint-Simon quiso mostrar que el progreso de la humanidad no se había detenido con los cambios producidos por la Revolución Francesa y que aún los hombres tenían frente de sí todo un mundo nuevo que conquistar29.
Ese “deseo de otra revolución,” expresado bajo formas utópicas o científicas, inspirado en el “deseo de dicha para los hombres” (expresión de resonancias milenaristas) condujo a Saint-Simon a preguntarse sobre las condiciones del ser-en-sociedad del hombre en el contexto de la Modernidad. Su respuesta plantea la necesidad de superar el egoísmo y lograr una real vinculación entre los hombres para realizar el gran objetivo social: la producción, es decir, “la satisfacción de las necesidades de todos.” Sobre la base de un planteo de neta inspiración positivista (“la capacidad científica positiva -decía- debe reemplazar al poder espiritual,” y también: “debe lograrse la preponderancia de las capacidades sobre los poderes”) encuentra la gran respuesta en la producción de bienes por el trabajo.
“La verdadera sociedad cristiana -sostenía- es aquella donde cada uno produce alguna cosa que les falta a otros…El interés de la unión es el interés de las alegrías de la vida; el medio de unión es el trabajo.”
En definitiva, propuso una nueva organización de la Humanidad fundada sobre la industria. La industria reúne a la sociedad en torno a un fin común y a una identidad práctica. En ese modelo, la “política positiva” se vuelve “ciencia de la producción.” El dominio de los hombres debe ser mínimo: una mínima función de policía; las relaciones entre los hombres deben ser primordialmente relaciones de coordinación. El “deseo de dominación” que los hombres experimentan debe ser encauzado, no sobre los otros hombres, sino sobre la Naturaleza, para producir los bienes que permitan “mejorar la suerte de la última clase social y volver dichosos a todos los hombres.”
Las teorías actuales
El cuarto momento (desde 1928 hasta la actualidad) presenta muy variadas líneas de pensamiento, y es difícil conferirles un rasgo característico. Quizás puedan señalarse dos ejes dominantes en la preocupación de muchas de estas teorías normativas:
- la libertad individual y grupal frente al poder estatal;
- la democracia frente al totalitarismo.
La producción es vastísima, y son bastante borrosos los límites entre teorías normativas y teorías que reconocen fundamentos metodológicos empírico-analíticos o crítico-dialécticos. Toda nómina de obras sería incompleta o cuestionable. De todos modos, creemos que no pueden dejar de mencionarse las siguientes:
- Theodor W. Adorno: MINIMA MORALIA (1944-1947);
- Hanna Arendt: LOS ORÍGENES DEL TOTALITARISMO (1951);
- Raymond Aron: DEMOCRACIA Y TOTALITARISMO (1958) y PAZ Y GUERRA ENTRE LAS NACIONES (1962);
- Walter Benjamin: TESIS SOBRE EL CONCEPTO DE HISTORIA (1940);
- Alain de Benoist: DEMOCRACIA: EL PROBLEMA (1985);
- Leon Blum: A ESCALA HUMANA (1945);
- Albert Camus: EL HOMBRE REBELDE (1951);
- Pierre Clastres: LA SOCIEDAD CONTRA EL ESTADO (1974);
- Frantz Fanon: LOS CONDENADOS DE LA TIERRA (1961);
- Michel Foucault: VIGILAR Y CASTIGAR (1975);
- Bertrand de Jouvenel: EL PODER (1945);
- Herbert Marcuse: EROS Y CIVILIZACIÓN (1953) y LA NOCIÓN DE PROGRESO A LA LUZ DEL PSICOANÁLISIS (1968);
- Jacques Maritain: EL HOMBRE Y EL ESTADO (1953);
- Maurice Merleau-Ponty: HUMANISMO Y TERROR (1947);
- José Ortega y Gasset: LA REBELIÓN DE LAS MASAS (1930);
- Alfred Rosenberg: EL MITO DEL SIGLO XX;
- Jean-Paul Sartre: CRITICA DE LA RAZÓN DIALÉCTICA (1960);
- Karl Schmitt: TEORÍA DE LA CONSTITUCIÓN (1928);
- Erik Weil: FILOSOFÍA POLÍTICA (1956).
Esta larga lista no impresiona tanto como la cantidad de autores importantes que han quedado afuera, desde Voegelin, Eucken y Hattich hasta Spiro y Dante Germino, etc. Realmente, estas últimas seis décadas, que han sido las más fecundas en obras empíricas y crítico-dialécticas, también lo han sido en obras normativas.
Cómo hacer para pintar un panorama sin mutilaciones? Imposible. De todos modos, varios de estos autores han sido mencionados en otras partes de esta obra: así, T. Adorno (pág. 181), Hanna Arendt (pág. 341), W. Benjamin (pág. 181), H. Marcuse (pág. 182). De los restantes elegimos aquí dos para desarrollar algo sus contenidos, por entender que son representativos de las líneas dominantes en el pensamiento político normativo actual: Alain de Benoist y Bertrand de Jouvenel.
Alain de Benoist es un joven pensador de la Nueva Derecha francesa. Su libro “Democracia: el problema” parte de un análisis histórico de la democracia desde los griegos y los escandinavos. Hace una defensa crítica de la democracia y un análisis de la contradicción existente entre soberanía popular y pluralismo, para desembocar en una visión de la crisis actual de la democracia y en una propuesta de “democracia orgánica,” construída no sobre el valor LIBERTAD (como las democracias liberales) ni sobre el valor IGUALDAD (como las democracias populares) sino sobre el valor FRATERNIDAD, se entiende que sin excluir a los otros valores32.
La esencia del pensamiento de Alain de Benoist sobre la democracia parece estar expresada, a nuestro juicio, en las “Diez Tesis” que, a modo de postfacio cierran la obra: -“La mejor aproximación al concepto de democracia es la histórica: saber en primer lugar qué significaba la democracia para los que la inventaron. La libertad de las democracias antiguas es una libertad-participación, en la que el interés común y el conformismo priman sobre los intereses particulares. La principal diferencia entre las democracias antiguas y las modernas está en que las primeras ignoran el individualismo igualitario que fundamenta a las segundas.”
“Liberalismo y democracia no son sinónimos. La democracia es una”cracia“, un gobierno, un poder; el liberalismo es una ideología de la limitación de todo poder político.”
“La democracia no es antagonista de la idea de un poder fuerte, o de las nociones de autoridad, selección o élite. La regla de la mayoría no está destinada a decir la verdad; es sólo un medio para elegir entre posibles.”
“La idoneidad política para gobernar no está en relación con el saber técnico o científico sino con la capacidad de decisión. El ‘gobierno de los expertos’ generalmente produce resultados catastróficos.”
“Los derechos políticos no derivan de ‘derechos inalienables de la persona humana’ sino de la condición de ciudadano. El principio democrático fundamental es: un ciudadano, un voto.”
“La noción clave del régimen democrático es la de participación. Es la participación del pueblo en las instituciones la que hace la democracia. El máximo de democracia es el máximo de participación.”
“Se recurre al principio de mayoría porque el principio de unanimidad (supuesto teórico de la ‘voluntad general’) es irrealizable. La mayoría es una técnica que permite reconocer el valor de la minoría (que puede ser mayoría mañana). El pluralismo tiene su límite en el bien común.”
“Las actuales democracias, que son poliarquías electivas, son una decadencia del ideal democrático, corrompido por la prepotencia del dinero y el efecto de la masa. La información está condicionada y estandarizada, la opinión está formada por factores heterónomos, los programas y los discursos políticos tienden a hacerse homogéneos, lo que hace indistintas las opciones. El resultado es la apatía política, que se opone a la participación y, por lo tanto, a la democracia.”
“La calidad de ciudadano no se agota en el acto de votar. Hay que explorar posibilidades que vinculen más directamente al pueblo con sus gobernantes y extiendan la participación. Una democracia orgánica puede desarrollarse en torno a la idea de fraternidad.”
“La democracia es el poder del pueblo; donde no hay pueblo no puede haber democracia. Todo sistema que debilite la conciencia de pertenencia a esa entidad orgánica que es el pueblo, debe ser considerado como un sistema no democrático.”
Bertrand de Jouvenel (n. 1903 ) es un economista y ensayista francés, cuyos análisis se refieren principalmente a los orígenes y consecuencias del progreso tecnológico, investigando si nuestras sociedades hacen o no el mejor uso posible del aumento de volumen de consumo resultante de ese progreso. También ha incursionado con mucha penetración y ágil manejo de una gran erudición histórica, en el campo de la reflexión política normativa. Sus principales obras son: “La Economía Dirigida” (1929), “La crisis del capitalismo americano” (1933), “El Poder” (1945), “Etica de la Redistribución” (1955), “Arcadia, Ensayo sobre el Vivir Mejor” (1968), “Teoría Pura de la Política” (1963).
De esta amplia producción, vamos a ver con algún detalle los contenidos principales de “El Poder”33. Esta obra tiene como contenido principal la lucha entre el poder y la libertad individual, que se disputan el predominio del espacio político. La conclusión es pesimista para la libertad individual. Según Bertrand de Jouvenel hay dos tipos de libertad: la libertad-participación, que es la posibilidad que tiene el ciudadano de participar en los órganos del poder y de contribuir a tomar decisiones, y la libertad-resistencia, que es la posibilidad de reservarse una zona de actuación al margen de la intervención estatal. Este último tipo de libertad es el que de Jouvenel valora más porque lo considera una auténtica manifestación de la libertad política.
Los hombres se clasifican -según de Jouvenel- en securitarios, que son la mayoría que busca seguridad antes que nada y está dispuesta a pagarla con libertad, y libertarios, que son una minoría, los pocos que conquistan y defienden su autonomía y asumen los riesgos de su libertad.
Esa libertad es frágil. Requiere muchas condiciones que rara vez se dan juntas: una minoría respaldada por una masa; una élite dotada de alto sentido moral: autodisciplina, función social asumida y reconocida; un cierto equilibrio de fortunas, que haga tolerable la situación de los inferiores. Los hombres libres son aristócratas. Los hombres comunes no son libres.
La democracia -sostiene de Jouvenel- no es respetuosa de las libertades individuales. Tiende a invadir el terreno de las libertades con el respaldo del apoyo popular. En la sociedad contemporánea no hay verdadera libertad: no hay élites libertarias; sólo hay una aristocracia sin honor que rehuye el riesgo y la responsabilidad. El poder ha crecido de un modo indiscriminado en todas las sociedades modernas, cualquiera sea su régimen político.
Bertrand de Jouvenel pretende ser objetivo, y sin duda es sincero, pero sus análisis están impregnados de juicios de valor muy subjetivos. Tiene una abierta simpatía por los regímenes aristocráticos, en los que una minoría, apoyada por la masa, limita el crecimiento del poder. Simpatiza con la libertad individual, entendida como señorío inmediato sobre sus actos (los comportamientos del “viejo aristócrata”) y desprecia en forma mal disimulada al burgués que lo reemplazó.
Bertrand de Jouvenel casi no le da importancia a la libertad-participación, obsesionado como está por el señorío inmediato del hombre sobre sí mismo; y pasa por alto que las libertades-participación son la condición básica para el mantenimiento de las libertades-resistencia, salvo para una ínfima minoría de personas. Su planteo es anti-comunitario. A nivel general de la sociedad, las libertades-resistencia han de realizarse (si vamos a considerar viable esa posibilidad) sin mengua para la sobrevivencia y bienestar de los grupos. El individuo común, encuadrado en el mejor de los casos en organizaciones productivas, puede ser algo más libre si se atenúan los controles que pesan sobre él y se incrementa su participación, responsabilidad e iniciativa. Pero de Jouvenel considera que la máxima posibilidad de incrementar la libertad está en la automación de los procesos productivos y el aumento del tiempo libre. Esa libertad sería individual y no comunitaria, y en la actual organización conduciría, no al ocio fecundo sino al envilecimiento del desempleo. Creemos que la principal crítica que puede hacerse a Bertrand de Jouvenel es que su condición de liberal elitista lo lleva a considerar como ideal sólo al modelo de la sociedad aristocrática, sin preguntarse si existirán o no otras posibilidades de realizar la libertad-resistencia de un modo más igualitario.
Luis García San Miguel, al prologar la edición castellana de “El Poder” plantea en este sentido la posibilidad de adoptar un modelo de “sociedad autogestionada” , que mantiene al Estado constreñido a un rol mínimo indispensable porque las empresas y las organizaciones intermedias de la sociedad disponen de amplia autonomía frente al Estado y son controladas por los que trabajan en ellas en un régimen de democracia directa.
En un modelo así, las competencias estatales quedarían reducidas al mínimo necesario para mantener la cohesión del conjunto social, mientras la mayoría de las funciones sociales serían desempeñadas por la sociedad misma. Una sociedad así -sostiene García San Miguel- podría realizar una buena combinación dialéctica del ideal socialista de la IGUALDAD, el ideal democrático de la PARTICIPACIÓN, el ideal liberal de la LIBERTAD INDIVIDUAL y del ideal anarquista de la REDUCCIÓN DEL PODER ESTATAL al mínimo indispensable.
Curiosamente, Bertrand de Jouvenel escribía estas cosas cuando la marcha del mundo parecía orientarse, según la visión predominante en aquellos años, hacia formas socializantes, de incremento de la intervención estatal, no sólo en los países del “socialismo real” sino en los países democráticos occidentales, los países del “welfare state,” de la “svolta a sinistra” etc.
Nada parecía anunciar concretamente, en aquellos años, la emergencia del neo-conservadorismo o neo-liberalismo, que hemos vivido recientemente, con sus demandas de “Estado mínimo,” libertad a la iniciativa individual de la opresiva protección estatal, privatización de los servicios públicos, etc.; corrientes que cambiaron el mapa político de Occidente y derrumbaron los regímenes del socialismo real. Esas corrientes son formas políticas, prácticas e ideológicas, evidentemente afines en muchos aspectos al pensamiento de Bertrand de Jouvenel, aunque cabe mencionar que su aristocrático individualismo tiene un sesgo de nobleza que no se confunde con el crudo pragmatismo crematístico que hoy cunde por doquier.
John Locke: ENSAYO SOBRE EL GOBIERNO CIVIL, Madrid, Aguilar, 1981.↩︎
Saint-Simon: OEUVRES, Paris, Anthropos, 1966.↩︎
Zeev Sternhell: MAURICE BARRES ET LE NATIONALISME FRANCAIS, Paris, A. Colin, 1972.↩︎
Chatelet, Duhamel y Pisier, op. cit.↩︎
Alain de Benoist: DEMOCRATIE: LE PROBLEME, Paris, Le Labyrin- the, 1985.↩︎
Bertrand de Jouvenel: EL PODER, Madrid, Ed. Nacional, 1974, segunda edición.↩︎